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“La cultura del ‘gratis total’ es lo más caro que puede ocurrir en una democracia”

EVA MAÑEZ CONFERENCIA FACULTAD DE FILOLOGÍA
“Somos sencillos seguidores de una política norteamericana que cada vez es más peligrosa y caótica”

Existen días en los que te reafirmas en la idea de que tomaste la decisión correcta cuando decidiste dedicarte al periodismo y a la comunicación. Hoy es uno de ellos. La inagotable periodista valenciana Lola Bañón (@LolaBanon) ha acercado a 360 Grados Libros sus impresiones sobre la situación en Palestina y el proceso de paz en Oriente Medio. Todo ello con la humildad y la intensidad que caracterizan a una de las pocas mujeres que ha informado desde este país y que ha vivido en primera persona los atroces acontecimientos que se han ido desarrollando desde su primer viaje en 1995 en ciudades tan conflictivas como Yenín o Ramala.

Bañón es Licenciada en Periodismo por la Universitat de Bellaterra y Doctora en Comunicación Audiovisual por la Universitat de València. Ha trabajado desde sus inicios en la televisión autonómica valenciana Canal 9, para la que viajó a países como India, Chile, Tíbet y, sobre todo, Palestina, cuya vivencia le llevó a publicar su libro Palestinos. Es también representante del comité español de la Unrwa, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos, y, actualmente, profesora universitaria de Periodismo en la UV.

Un clásico con un gran trasfondo, ¿el periodista comprometido nace o se hace?

El impulso de compromiso en todas las profesiones es más evidente en unas personas que en otras. En el periodismo existe una fuerte carga de individualismo, ya que es una profesión de fuertes egos. Pero, por otra parte, los periodistas solventes son aquellos que consiguen negociar su impulso personal en un contexto más amplio, que no puede ser otro que el compromiso con la sociedad, con el grupo. Un periodismo que no tiene en perspectiva una contribución constructiva hacia los demás no es periodismo.

¿Qué te llevó a ese interés férreo por la situación de Palestina?

Viajé a Palestina por primera vez tras la firma de los Acuerdos de Oslo, cuando mediáticamente se proyectaba la idea de la gran solución. Pero cuando llegué allí, en el año 1995, encontré que una cosa era el discurso y otra el gran desastre de la vida para los palestinos. Y empecé a conocer a la sociedad palestina, a la israelí y a entender la gran injusticia que viven y la deformación que los medios tradicionalmente han hecho de su historia. Como periodista, sin duda, es el tema que más me ha interesado y el que más me ha enseñado.

¿Qué te has llevado de tus visitas a Palestina?

Primero, la evidencia de que la historia que escriben los medios muchas veces no es la historia real ni la completa. Segundo, que Palestina ha sido para mí el ejemplo de tema del que se habla mucho en los medios, pero del que se desconocen los aspectos fundamentales y de ahí la gran incomprensión que despierta en muchas personas. A nivel vital, mi experiencia con los pueblos árabes y sobre todo con los palestinos es la de la lección de la resistencia: a pesar de las dificultades, siempre hay alguien que sufre más. La resistencia es el derecho irrenunciable a reivindicar lo que es de uno y hacerlo sin dejar que aniquilen nuestro espíritu humano. También hay resistencia entre muchos judíos que luchan por la paz, a pesar de un gobierno ocupante capaz de ordenar la muerte de centenares de personas. A pesar de la situación, Oriente es una tierra llena de gente que nos da lecciones, una tierra hostigada y humillada por políticas ajenas. El colonialismo pervive.

¿Cuáles han sido los momentos más duros, peligrosos y enriquecedores que has vivido allí?

La segunda intifada, en el año 2000, fue muy dura. Había decenas de muertos diarios. Recuerdo un bombardeo que sufrimos en Jenin y también un día en Ramalah en el que tuvieron que enterrar a personas en los jardines de un hospital porque no quedaba espacio en la morgue. Recuerdo mucho a los amigos que no están, a los que viven al borde de la miseria, a pesar de ser personas decentes y trabajadoras. Iraq también me causó una honda impresión: los desastres de la posguerra, el sufrimiento de la gente, víctimas de decisiones en las que no tenían nada que ver. Me pareció el más desarticulado de los países árabes tras la guerra y ya vemos lo que está ocurriendo. El impacto en las personas es infinito. Ninguno de los que decidió la última guerra debería dormir tranquilo. Para mí, vivir todo esto ha sido siempre una lección de vida, el ser testigo de este dolor me obliga a no tener compasión con los desinformados que toman decisiones de guerra alrededor de una mesa en un hotel de lujo.

¿Cuáles son tus impresiones acerca del proceso de paz en Oriente Medio? ¿Lo hay realmente?

Allí no hay proceso de paz. La ocupación continúa en Palestina y los palestinos son prisioneros sin derechos, viven privados de todo ante un mundo que no les escucha: las poblaciones árabes y europeas están con ellos, pero no los gobernantes. Su destino es trágico y el orden internacional está en deuda con ellos. Por otra parte, me duele mucho la guerra siria, en donde he perdido a varios amigos muy queridos. Me duele también Iraq, irreversiblemente perdido, me inquieta la inestabilidad del Líbano y también – por qué no decirlo – me llena de impotencia que la Unión Europea no tenga voz propia en estos conflictos. Somos sencillos seguidores de una política norteamericana que cada vez es más peligrosa y caótica.

Mostraste a la Comunitat Valenciana la situación que se estaba viviendo en Palestina durante unos años que culminaron en un provincianismo evidente.

La información internacional tuvo especial protagonismo en los primeros años de Canal 9 y se fomentaba que enviados especiales valencianos estuviésemos en los grandes acontecimientos. Después, hubo para muchos de nosotros una negación evidente: no querían que tuviésemos la voz. La información internacional dio autoridad y presencia a nuestra lengua en el mundo. El escuchar una noticia en valenciano desde Jordania, Berlín o Estados Unidos devolvía una imagen de nosotros diferente, nos ubicaba fuera de la provincia, que es una idea limitadora. Yo me encontré un día por la calle a un señor muy mayor y me paró muy emocionado diciéndome que me había visto en las crónicas que cubrieron los funerales del rey Hussein de Jordania y que se emocionó al escuchar que le hablaban en valenciano desde tan lejos.

¿Cómo defines el buen periodismo?

La novedad y la trascendencia son la base de la noticia y la buena práctica se encuentra en vincular esto con la confirmación, con el contraste de fuentes y con el cultivo de la credibilidad. Los telespectadores necesitan poder fiarse. De algunos periodistas lo hacen, de otros, no.

¿Crees que el paso al digital de los medios tradicional y el nacimiento de nativos propiamente digitales ha mejorado o ha empeorado la calidad del periodismo?

Internet es una revolución, pero el primer estadio ha supuesto la quiebra y el desastre económicos de los medios y de los periodistas. Hay medios digitales excelentes, pero la cultura del “gratis total” es lo más caro que puede ocurrir en una sociedad democrática, porque el mercado nunca da nada a cambio de nada: la información gratuita es siempre, siempre una información interesada. Así es que se requiere un nuevo modelo de negocio en el que es imprescindible que paguemos por lo que consumimos y también por la información. El reto es afrontar la combinación de medios públicos con el flujo de información de las redes y las posibilidades participativas ciudadanas que ofrecen. Ahí serán necesarios de manera imperativa los periodistas, de nuevo.

Como docente, ¿crees que existe vocación entre los alumnos de Periodismo? ¿Cuál es el futuro hacia el que les intentas encaminar?

Existe vocación entre la gente joven, además de fuerza e ilusión. Existe también un grupo de alumnos que acude porque piensa que el periodismo es un camino fácil de notoriedad, pero no son mayoría en absoluto. Para mí, como profesora es un sufrimiento ver la falta de oportunidades que tienen nuestros jóvenes y me molesta mucho el discurso social imperante que les denosta. Ahora salidas no hay, pero este momento de crisis es la ocasión para situarse en el movimiento, en una posición tal vez dura, pero realista, que es la que adoptamos incluso muchos veteranos afectados por la crisis: hay que ganarse la vida, sí, incluso en trabajos muy ajenos a la información, pero hay que dedicar un tiempo para estudiar cómo se está configurando el nuevo orden de la información. El escenario de las redes sociales y los nuevos medios cambiará mucho en los próximos años y, por ejemplo, en el diseño de las nuevas aplicaciones hay un campo de oportunidades para la generación de contenidos. Vamos sin duda a formas nuevas de comunicar y de consumir noticias. Por ahí imperativamente habrá oportunidades. Pero las tenemos que buscar.

Además de periodista de raza, eres también escritora de libros sobre periodismo, ¿cuál es el panorama del sector editorial enfocado a libros escritos por periodistas en España?

En España, los editores de libros son auténticos héroes: no se les ayuda en nada y además este es un país en el que lee muy poca gente. Cuando hablo con mis amigos editores y libreros me sigo preguntando cómo pueden comer cada día. En general, los libros escritos por periodistas en España son escasos y buena parte de ellos son de contenido sensacionalista. Sí que se están publicando cosas interesantes en investigación mediática procedente de los investigadores universitarios.

¿Cuál es el último libro que has leído sobre periodismo y que recomendarías?

Siempre hago una recomendación clásica que recibí a su vez de dos de mis maestros en el mundo del periodismo y no es un manual, es una novela: “El periodista deportivo” de Richard Ford. Y, siempre, los libros de Hanna Arendt y Edward Said. De publicación reciente, me parece imprescindible “La calidad periodística”, coordinado por Gómez Mompart, Gutiérrez Lozano y Palau Sampio. Es una recopilación de reflexiones sobre lo que debe ser el buen periodismo, con datos concretos y sin divagaciones.