Charlamos desde la tranquilidad de un porche y el sosiego que se respira en una casa a pie de jardín y a la que envuelve el piar de los pájaros y la rítmica melodía de un trío de jazz a través de las ondas hertzianas con el escritor de narrativa y poesía Jorge Lara. Un valenciano con acento argentino que vivió los años de mayor esplendor del arte argentino en todas sus disciplinas desde uno de sus enclaves culturales por excelencia, la ciudad de Córdoba. Y lo hizo hasta que con tan solo 30 años tuvo que volver a España al tiempo que escapaba de un gobierno cuyos intereses “estaban en contra de los suyos”. Simplemente por querer levantar la cultura en época de decadencia.
Desde su lugar de residencia transforma esa impotencia por la que tuvo que dejar su país de adopción para convertirla en libros. Ya lleva tres publicados dentro de su saga Nubedil. El último ha sido Las inquisiciones y promete llegar a los ocho en un ciclo que le sirve de terapia para recordar y asumir una época “maravillosa” que pasó y que, según él, nunca volverá.
¿Cuál es el panorama cultural, artístico y pedagógico que se respiraba en Córdoba en aquellos años?
Muy bueno. Entre 1962 y 1976 se produjo un crecimiento cultural y artístico; la de Córdoba es una de las primeras universidades de Latinoamérica y los estudios superiores eran obligatorios. La ciudad tenía un cinturón industrial enorme, se había llenado de filiales de las grandes empresas mundiales ya desde la II Guerra Mundial. Argentina era tercer mundo económico, pero primero cultural, justo al revés que España.
¿De qué manera se enfrentaste a la situación anticultural provocada por el golpe de Estado de 1976?
Cinco “locos” nos atrevimos a desafiar a los golpistas a través de la creación de la Fundación Casa Azul para la educación por el arte. En ella, y por puro amor a la cultura, realizábamos talleres, muy al estilo de Cataluña durante la II República, en los que cada alumno podía leer, pintar, hacer lo que deseara y cómo quisiera y solo actuábamos como guías para aportarles herramientas cuando las necesitaban, sin castrar su creatividad.
¿Y cómo encontró Valencia y España, en general?
Encontré una Valencia sin cultura. Y continúa igual. En España llevamos realmente 80 años de Dictadura cultural y lo que estaba atado, sigue atado. Llegué a España con la apertura y creía que iba a ser otra cosa, pero no. La cultura se había chafado, se había marginado. Y se ha mantenido hasta el día de hoy la idea de “no vas a llegar ni de coña”: en el sector de los libros, los editores no leen lo que les llega, lo desechan todo y se quedan con los enchufados. Yo vi muchos de mis intentos culturales capados. Mi currículum siempre he sido yo y mi caradura. Siempre me he metido en todo, he sido muy interdisciplinar, pero en España siempre te piden el papel que indique lo que has estudiado o la experiencia que tienes, no lo que sabes hacer.
En España se ha desarrollado como escritor de poesía, pero también de narrativa.
Así es. En Argentina escribía mucho y tras el saqueo y destrozo de mis bienes materiales por parte de los grupos paramilitares, solo conseguí salvar una cajita con algunas poesías escritas a mano. Ya en España me desesperaba pensar que no podría volver a escribir lo que se había perdido. Era imposible recuperar algo tan rico y primerizo. Así que tomé distancia y comencé a contar de nuevo todo desde cero, desde la microhistoria de una pareja hasta la macrohistoria, los años de trabajo que se habían destruido en dos semanas. Así surgió Nubedil, saga literaria de ocho libros, de los que ya llevo publicados tres, en la que hablo de todos esos años de efervescencia y caída cultural desde la ficción de esa pareja protagonista.
¿De qué manera se beneficia psicológicamente de esa escritura?
Estos libros me sirven para entender qué pasó y qué participación tuve realmente en todo ello. Los disfruto y me valen de terapia para superar toda aquella etapa de mi vida.
¿Y de la narrativa en general?
Una vez le dije a un niño escribo porque de pequeño no me dejaron jugar. Porque para mí escribir es jugar, reencontrarte con tu pasado. Y añado que si no hubiera comenzado a escribir me hubiera suicidado, porque teniendo un padre guardia civil y una madre muy católica, ya me dirás… Escribir me encanta y la locura de hacer lo que te apasiona te seda y te deja en un limbo en el que no hacen falta ni drogas ni otros estimulantes.
Y escribe porque…
Porque puedo hacerlo. Y puedo hacerlo en mi casa. Fuera no te hacen caso si no tienes amigos. Las editoriales me devuelven mis libros, los rechazan, ya que solo unos pocos pueden publicar. Así que pongo mis libros en Internet para que quien quiera leerlos pueda hacerlo.
¿Cómo consigue inspirarte para arrancarse con un bolígrafo en la mano?
Es casi seguro que no vaya a morir sin saber de qué tenga que escribir. Cuando escribes sobre tu vida, no hace falta documentarse, es todo vital. Tengo todavía mucho que contar y solo le pido a Chronos que me permita terminar todo lo que quiero escribir.
¿Le interesa el mundo del periodismo cultural?
Sí, de hecho tuve hace años un programa en Radio Klara que se llamaba ‘La Sudaquería’ de temática cultural y musical. Allí había mucha voluntad, pero poca formación. Y no hablo académica, ya que esta destroza la creatividad. Hoy por hoy encuentro suplementos literarios muy bien elaborados. En Babelia, por ejemplo, hacen un buen trabajo, pero están muy supeditados por la ideología del medio, no tienen libertad ni independencia, por lo tanto pierden su esencia. Deben mojarse, transmitir, informar desde la reflexión. Deben hacer un periodismo culto que ayude a la gente que no se acerca al arte para motivarles. Es una tarea hermosa la del periodista, pero muy difícil por los intereses de los medios. No existe hoy un periodista de derechas que valore lo bien que escribe un anarquista ni viceversa. Tampoco encuentro a un periodista con capacidad para sorprenderse, que se salga de los esquemas.