Se ha escrito tanto sobre la II Guerra Mundial y la derrota del nazismo que cuesta creer que todavía podamos encontrar aspectos inexplorados del conflicto. Svetlana Alexiévich no solo nos descubre una parte de la historia de la victoria soviética en la que aún no nos habíamos adentrado, sino que saca a la luz lo que siempre se ha pasado por alto a la hora de plasmar cualquier guerra: la batalla de las mujeres. Esta obra es un retrato de las emociones y de los detalles que constituían el universo femenino de aquellas heroínas que cambiaron el hogar y la vida para la que habían educado a su sexo por el frente de batalla.
La ganadora del último Nobel de Literatura presenta una guerra dentro de otra: la de la feminidad del siglo XX aparcada en pos de la victoria soviética, la “otra guerra”, la de las mujeres. A Alexiévich no le interesan las grandes batallas que recogen todos los libros de historia. No le interesa lo que se ha contado miles de veces, sino lo que durante décadas se ha callado.
Durante la II Guerra Mundial el mundo vivió una auténtica revolución femenina. Sobre todo en el ejército soviético, donde cerca de un millón de mujeres fueron francotiradoras, condujeron tanques o derribaron aviones. Mujeres en un mundo de hombres que luchaban por no perder su identidad. Mujeres que se llevaban al frente maletas repletas de bombones y vestidos para luego calzar botas que no estaban hechas para su tamaño de pie. Mujeres que estiraban los brazos mientras dormían como acto reflejo para ahuyentar las agresiones sexuales. Mujeres condecoradas y sin condecorar, que antepusieron proteger su tierra a la maternidad, a su salud y a la vida para la que les habían preparado.
Muchas fueron tratadas como prostitutas por rodearse de hombres, otras quedaron solteras por no ser ya como las flores delicadas entre las que enterraron a sus compañeros y compañeras, a sus amores y a sus familias. Algunas encontraron el amor, incluso en el frente, y pasaron a ser madres de familia. Las horas sin dormir, la sangre, el miedo y el coraje … mientras los hombres se enorgullecían, ellas tuvieron que callar. Pero no olvidar. Eso nunca lo hicieron. Y por fin, alguien les preguntó.
La prestigiosa periodista y escritora bielorrusa recogió durante años esos cientos de testimonios silenciados. Su maestría literaria y la fuerza de las vivencias de las mujeres hacen de La guerra no tiene rostro de mujer un libro tan imprescindible como sobrecogedor y que cumple con todo lo que una buena obra debe hacer: emocionar, marcar al lector, enseñar sobre la naturaleza humana y sacar belleza de hasta lo más insalubre y angustioso. Con un incentivo: hacer justicia histórica y dar voz a una visión de la realidad necesaria. Se ha tardado décadas, pero por fin se le ha dado rostro de mujer a la guerra. Y se ha hecho de una forma tan adictiva como trascendente.
Por Clarena Martínez