Hay días en los que te reafirmas en la idea de dedicar tu tiempo al periodismo y en los que te alegras de apoyar y defender a aquellos periodistas que recorren países, que buscan la noticia, que la vuelcan al mundo y que, pasado un tiempo de reflexiones, experiencias y adquisición de conocimientos, se deciden a publicar libros que recogen todos esos grandes momentos pasados por la túrmix del reposo. Es el caso de Javier Valenzuela (@cibermonfi), corresponsal de guerra durante 30 años en Beirut, Rabat, París y Washington para El País, que ha conversado – prefiere este término bidireccional al de ‘entrevista’ o ‘interrogatorio’ – con personajes tan ilustres y significativos en nuestra historia reciente como Nelson Mandela o el Dalai Lama.
¿Cómo te informas hoy en día? ¿Eres fiel a los soportes tradicionales o te has visto sucumbido por los medios digitales?
Twitter es mi primera fuente de información, lo primero que abro al despertarme y lo que consulto con más frecuencia a lo largo del día. La gente y los medios a los que sigo me suministran informaciones y análisis a la medida de mis necesidades y mis gustos. Leo asimismo diarios digitales españoles y extranjeros en el teléfono, la tableta o el portátil. De preferencia, diarios nacidos digitales. Apenas veo diarios de papel. El papel lo reservo a semanarios y mensuales especializados o de alto valor añadido. Y a libros.
¿Cómo derivó tu carrera desde la Economía hacia el periodismo? ¿Influyó la vocación?
Mi padre era periodista y desde niño yo quise ser periodista. Al llegar la hora de escoger carrera universitaria, él mi dijo que el periodismo era un oficio que se aprende practicándolo y me recomendó estudiar algo que me “amueblara” la cabeza. Estudié, pues, Economía y, ya antes de terminarla, estaba colaborando –gratis en muchas ocasiones- con medios periodísticos.
Corresponsal de guerra, 30 años en El País, emprendedor periodístico. ¿Cuál es el balance que haces de estas décadas de crecimiento profesional en el mundo del periodismo?
Que el periodismo no está en crisis. Al contrario, Internet le ofrece posibilidades inmensas. Lo que está en crisis son determinados medios, empresas y formatos. Si los periodistas, como estamos haciendo muchos, usamos las nuevas tecnologías para crear nuestras propias empresas y ejercer el oficio como debe ser, con independencia respecto a los poderes políticos, económicos y financieros, espíritu crítico y voluntad de servicio a la ciudadanía, el periodismo puede conocer pronto una nueva edad de oro.
¿Cuáles son los momentos qué más destacas de tus años como corresponsal en Beirut, Rabat, París y Washington por su dureza, genialidad o impacto?
Sobreviví a secuestros, bombardeos y tiroteos en Beirut; conocí el Irán de Jomeini; entré en Gaza por medios rocambolescos cuando comenzaba la primera Intifada; entrevisté a Hassan II en su palacio de Marrakech; conocí a Mitterrand en el siempre maravilloso París; conversé con Nelson Mandela en Suráfrica; viví en el Estados Unidos de Clinton y el “caso Lewinsky. Le debo al periodismo esas y muchas otras experiencias que colmaron mis sueños infantiles de aventuras. El periodismo es el oficio más maravilloso del mundo: vives y cuentas historias. ¿Hay algo mejor?
¿Qué es lo más duro y lo más gratificante de ser corresponsal de guerra?
Lo más gratificante, lo confieso, es un cierto sentimiento de ser protagonista de una película. Allí estás tú, donde silban las balas, muy lejos de esos despachos donde tus compatriotas lidian con trabajos burocráticos. Y por la noche, te tomas unos whiskies con gente que, como tú, ha sobrevivido a una jornada en Territorio Comanche, por emplear la expresión de mi querido Arturo Pérez Reverte. La sangre, la adrenalina y la autoestima circulan a toda velocidad. ¿Lo peor? El que un jefecillo pretenda decirte lo que está ocurriendo allí donde tú estás porque lo está viendo en CNN o leyendo en los teletipos o en la web de un medio de la competencia.
Has entrevistado a figuras tan relevantes y dispares como Mandela, el Dalai Lama o George W. Bush. ¿Cómo se prepara un periodista una entrevista con perfiles de este tipo?
Hay que documentarse previamente al máximo: leer todo lo que puedas sobre el personaje. Hay que tratarlos con cortesía, por supuesto, pero en un cierto plano de igualdad. Ellos no son dioses y tú una miserable cucaracha. Tú no eres tan solo tú: estás representando a tus lectores y tus oyentes, miles o cientos de miles de ciudadanos. Y, por último, no hay que atenerse estrictamente al cuestionario previo. Hay que escuchar a tu interlocutor, que en ocasiones puede abrirte nuevos horizontes. Una buena entrevista no es un interrogatorio, es una conversación.
¿Cómo defines el buen periodismo?
El que rechaza esa gilipollez de la equidistancia. El que toma el partido de las víctimas frente a los verdugos, de los débiles frente a los poderosos. El que cuenta aquellas cosas que los de arriba no quieren que se conozcan. El que usa la lengua –tanto escrita como hablada- con un mínimo de riqueza.
¿Qué aportó la revista Ajoblanco al presente y al futuro del periodismo? ¿Hay cabida para medios similares junto a las cabeceras de hoy?
Sí, claro. Mongolia o tintaLibre son, cada cual a su manera, mensuales que, como Ajoblanco en su día, aportan muchas cosas que los medios oficialistas diarios –periódicos en papel o telediarios de grandes cadenas- no cuentan. Ofrecen informaciones y análisis propios y, sobre todo, puntos de vista originales. Eso es lo que fue Ajoblanco en su día: un mensual que, desde un punto de vista libertario, contaba una España y un mundo que no salían en el ABC o TVE.
¿Cómo se vivió desde el desaparecido Diario de Valencia un momento tan crucial como el intento de golpe de Estado del general Milans del Bosch en el 23-F?
¡Uf! En Diario de Valencia entraron soldados armados enviados por Milans para controlar el que era el único periódico progresista de esa comunidad. Estuvimos secuestrados durante horas y hasta nos temimos, con razón, claro, que de triunfar el golpe nuestros huesos iban a acabar en una cárcel o una cuneta.
¿Qué te aporta la escritura periodística en formato libro frente a la noticia o al reportaje?
Inmortalidad, con perdón, por así decirlo. Impreso o digital, el periodismo es, por definición, perenne. La siguiente noticia o el siguiente reportaje desplazan al anterior, lo envían a la papelera. En cambio, el libro está siempre ahí. En tu estantería o en tu tableta. Para que puedas consultarlo, releerlo o pasárselo a alguien. Por eso, el periodista debe abordar el libro, incluso el libro de no ficción, de un modo distinto al artículo o el reportaje para un medio informativo. Debe pensarlo no solo para el momento, sino para la eternidad. No tanto como un gacetillero, sino como un historiador. El libro debe poder leerse dentro de 50 años como si acabara de ser escrito. El libro debe tener mucha mayor profundidad, debe tratar lo esencial, no lo perecedero. Y la calidad de la escritura es, por supuestísimo, esencial. Un ejemplo, Despachos de guerra, de Michael Herr.
En tu novena obra te enfrentas al género de la novela por primera vez. ¿Cómo ha sido la experiencia? ¿Qué nos puedes adelantar sobre Tangerina?
Existe la verdad periodística, lo que puedes contar a partir de hechos, documentos y fuentes contrastadas, y existe la verdad de las novelas, lo que no puedes probar pero sabes que es cierto. Por eso tantos periodistas nos pasamos a la novela negra: porque podemos contar el mundo con una mayor verdad que lo que permite el periodismo, limitado, insisto, por la necesidad de que puedas probar tus afirmaciones. Escribir Tangerina ha sido una experiencia maravillosa. He podido contar Tánger, Marruecos, las relaciones hispano-marroquíes, los asuntos de guerras empresariales, espionaje y yihadismo, con una libertad que no tienes como periodista. La novela cuenta en paralelo dos historias: una que transcurre en el Tánger de 2002, en plena conmoción mundial por los atentados del 11-S, y otra en 1956, cuando esa ciudad era una de las capitales mundiales del glamour, la literatura y el pecado. Las dos están relacionadas, claro.
¿Cuál es el panorama actual del mundo editorial enfocado a los libros sobre periodismo escritos por periodistas? ¿Reciben interés?
Sí. Creo que una serie de editoriales y de librerías están reivindicando en España, ya era hora, que el periodista es un escritor. En principio, un escritor de no ficción, uno que cuenta historias que pasaron realmente y puede acreditar. Pero también puede ser al mismo tiempo un novelista, alguien que cuenta historias verosímiles. Y esto interesa a bastante gente, a mucha gente en realidad. La sed de historias –reales o verosímiles- es insaciable en los humanos. Lo que los humanos esperan es que estén bien contadas. El modo de contarlas es la clave de la conexión con la gente. Éste es el gran bulevar del periodismo en el siglo XXI. Y el libro es un formato excelente.
¿Qué libro sobre periodismo recomendarías?
¡Noticia bomba!, Scoop en el original inglés, de Evelyn Waugh. Publicada en 1938, esta novela es una sátira fantástica del periodismo. Como ejercicio de humildad, todos los periodistas deberíamos leerla al menos una vez al año. Quizá a algunos de nuestros colegas, demasiado endiosados con ellos mismos y con nuestro oficio, se les bajarían los humos.