Se suele decir que el principal objetivo de un periodista de calle es abrir los ojos a la sociedad sobre todo aquello que sucede a su alrededor. En Laura Ballester (@LaBallester) esta premisa se cumple por completo. La periodista especializada en información de infraestructuras y urbanismo para el diario valenciano Levante-EMV ha sido una de las principales abanderadas del seguimiento del caso del accidente de metro de Valencia de 2006 y ha recopilado los resultados de todo su trabajo en el libro Lluitant contra l’oblit (Luchando contra el olvido). Hoy le toca reflexionar sobre esto y mucho más en nuestro blog.
Escritora y periodista en papel, pero, ¿también lectora de papel o más de digital? ¿Qué te aporta cada soporte?
Sobre todo soy periodista. Para mí lo de escritora son palabras mayores. No puedo ser tan atrevida de decir que soy escritora si sólo he escrito un libro. Sobre los soportes soy usuaria de los dos, tanto para leer prensa como para disfrutar de un buen libro. En el soporte digital cada día valoro más la ventaja que te aporta sobre el ahorro de espacio físico. Cuando te gusta leer tanto como me gusta a mÍ y las estanterías de tu casa empiezan a rebosar de libros que ya no caben en ningún sitio empiezas a valorar la practicidad del soporte digital que te acompaña a cualquier lugar de manera ligera y ocupa menos espacio en tu entorno. Respecto a la prensa digital, prefiero leer las páginas maquetadas imitando el soporte papel. Me gusta ver la jerarquía que otorga a las informaciones este tipo de diseño periodístico.
¿Se está haciendo actualmente un buen trabajo periodístico en las redes sociales?
Los buenos periodistas lo son sea cual sea el soporte. Sigo con interés a 360 Grados Libros, Valencia Plaza o Nonada, por citar tres ejemplos sólo de medios exclusivamente digitales y valencianos. En momentos puntuales también resulta apasionante informarte sobre noticias en tiempo real a través de, por ejemplo, Twitter, como ha sucedido en los atentados de París, donde podías seguir minuto a minuto lo que pasaba en Francia cuando perseguían a los terroristas a través de cuentas personales de periodistas franceses. O, por poner un ejemplo valenciano, el seguimiento del juicio en el TSJ a Francisco Camps y Ricardo Costa en el caso de los trajes, que fue la primera cita judicial retransmitida en tiempo real por Twitter. Y ahí recuerdo especialmente el trabajo que hizo Víctor Mansanet, compañero de El Temps. Te permitía seguir el juicio como si estuvieras en la sala y conseguía que te quedaras pegada al teclado o a la pantalla.
¿Se están aprovechando al máximo las posibilidades que ofrece Internet a nivel periodístico o crees que todavía queda mucho por hacer?
Siempre hay mucho por hacer en cualquier situación de la vida. Eso es lo ilusionante ¿no? Poder mejorar y ofrecer más y mejores servicios. Solo veo un peligro. Los medios digitales precisan menor inversión y eso redunda en los salarios que se pagan en los medios digitales a los periodistas. Se trabaja más en precario y con salarios más bajos, según las informaciones que me llegan de compañeros de trabajo. Y eso es un error. El buen trabajo periodístico es concienzudo, requiere tiempo, dedicación, y emplear tiempo en seguir la pista a las informaciones que te llegan y a las que debes seguir el rastro para contrastarlas y acercarte el máximo posible a la realidad. Y ese tiempo debe ser recompensado de forma honesta y digna, no debe minusvalorarse con salarios que son un insulto a la inteligencia y la dignidad laboral.
¿Qué es un periodista sin vocación?
Un cuerpo sin alma. Este es el oficio más bello del mundo, que decía García Márquez y cuando te gusta tanto tu profesión respiras periodismo cada segundo de tu vida. Nunca dejas de hacerte preguntas y de perseguir las respuestas, aunque eso no signifique que las encuentres. Pero para eso sirve la vocación, para no darte por vencido, nunca.
¿Cuál es el balance que haces de estos ocho años “luchando contra el olvido”?
Un balance amargo, sobre todo para las familias de las víctimas que no deberían estar luchando contra «los elementos» para averiguar la verdad, ni investigando por su cuenta o concentrándose el día tres de cada mes para exigir que no les mientan más y que alguien asuma alguna responsabilidad. Debería existir un protocolo honesto y exhaustivo que permitiera investigar los accidentes en un transporte público, sin que la responsabilidad de la investigación o el suministro de toda la información relevante recayeran en los mismos gestores que, se supone, son los responsables de adoptar decisiones erróneas, por acción u omisión, que han derivado en ese accidente. Se ha visto en el accidente del metro, pero también en el de Santiago, en el del Yak-42 o el de Spanair. Al dolor del accidente se añade la falta de humanidad y honestidad con la que se ha afrontado la gestión posterior de esos accidentes que solo ha hecho que aumentar hasta un infinito insoportable el dolor de las familias. Pero al mismo tiempo, el balance de esos ocho años de lucha contra el olvido es, a día de hoy, un poco más optimista porque la Asociación de Víctimas del Metro del 3 de Julio de 2006 ha conseguido extender su lucha, que la sociedad les apoye más y que la justicia se dedique a investigar como no hizo en 2006 y 2007.
¿Qué podemos encontrar de novedoso en tu libro que hubiera sido imposible leer en los medios hasta tu incursión en el caso?
Yo estoy incursa en el caso desde el 3 de julio de 2006, cuando lamentablemente me tocó cubrir el accidente a pie de estación. El libro, aparte de aprovecharse de mi trabajo periodístico en Levante-EMV durante estos años y del que han hecho otros compañeros de profesión en esta historia, que también se recogen, también aporta detalles de la investigación y del expediente judicial desconocidos hasta ahora. Como el croquis que la Policía Científica hizo del lugar del accidente, que ubica cómo quedaron los cuerpos de las 41 víctimas mortales del primer día (dos más murieron en el hospital en días posteriores). Con este gráfico no he querido ser morbosa, sino enseñar el horror que se encontraron 43 viajeros de Metrovalencia, simplemente por coger un tren. Tampoco se supo en su momento que, pese a que la Generalitat presumió de haber identificado rápidamente a las víctimas, en diciembre algunos familiares aún recogían en el juzgado restos mortales de sus seres queridos (os podéis imaginar en qué estado). Son datos dolorosos, pero creo que tratados de forma respetuosa y es necesario conocerlos. También he tenido acceso al informe del 112 de aquel día, que refleja la desesperación y el caos que vivieron los servicios de emergencia durante los primeros momentos y la desesperación de las familias que, a las 6 de la tarde, aún buscaban a sus familiares desaparecidos. También he podido hablar con compañeros de profesión que cubrieron este desgraciado accidente, con dos ex consellers de Camps y con trabajadores de FGV que me han ofrecido testimonios inéditos. Lamentablemente muchos no han querido aparecer con nombres y apellidos en el libro, porque aún provoca miedo a las represalias el hecho de hablar públicamente sobre los detalles y circunstancias que rodearon el caso del metro. De todos ellos me impresionó mucho la sentencia que un trabajador de FGV le escuchó decir al conseller de Infraestructuras, José Ramón García Antón, a las 7 de la mañana del 4 de julio y que rezaba así: «Si no nos ponemos nerviosos, aquí no va a pasar nada». Una frase que demuestra que la maquinaria ya estaba en marcha desde las primeras horas para eludir responsabilidades y pasar página lo antes posible, a pesar de que se habían producido 43 muertos en un transporte público. Los ex consellers me confirmaron las «prisas» por resolver cuanto antes el asunto del metro, por la cercanía de la visita del Papa, y el miedo que tenían a que se repitieran los errores del Yak-42 en la identificación de los cuerpos, entre otros asuntos. Y los compañeros me han confirmado el interés de FGV y de la Conselleria en relacionar el accidente con la «curva» que construyó el gobierno socialista, para centrifugar responsabilidades.
¿Por qué tanto silencio con respecto al accidente?
La estrategia del silencio la provocaron intereses cobardes, más que políticos. Y lo fueron porque no se quiso asumir ninguna responsabilidad tras el accidente. Había y sigue habiendo miedo a hablar, porque se trata de dilucidar la responsabilidad sobre 43 homicidios imprudentes. Y se pusieron todos los mecanismos al alcance de una administración, como la Generalitat, para que no se supieran todos los detalles y circunstancias que rodearon el accidente. La reticencia del gobierno a reconocer su error creo que se debe a que, en un primer momento, nada podía enturbiar la visita del Papa. Y, después, tejieron una red de muros de contención para que no dimitiera nadie en FGV, que provocara un efecto dominó en la Conselleria de Infraestructuras y, por último, en Presidencia de la Generalitat. Aceptar el error suponía asumir las consecuencias y que dimitiera alguien. Por eso creo que el metro es el hecho más grave de la democracia valenciana. Murieron 43 personas el 3 de julio de 2006 en el transporte público y no dimitió ni el apuntador. ¿Que más tiene que pasar para que alguien asuma sus responsabilidades? El ex presidente Francisco Camps se disculpó por las continuas averías en Metrovalencia, en los meses posteriores al accidente, pero nunca reunió a las víctimas, las miró a los ojos y les pidió perdón por la trágica muerte de sus 43 familiares. Una actitud cobarde, en mi opinión.
¿Qué importancia tienen las fuentes en un trabajo de investigación como el tuyo?
Son fundamentales. Un periodista sin fuentes es como una fuente sin agua. Como un ordenador sin batería. Los periodistas no somos expertos en nada. Picoteamos sobre los temas sin conocer en profundidad las temáticas que tratamos, por eso debes saber escuchar a los especialistas en cada materia para entender, primero, y después poder explicarlo al público en general. Algunos periodistas tienen la suerte de poder especializarse en algunas temáticas, en las que no dejas de ser un eterno aprendiz. Y las fuentes son las que te dan las claves, las informaciones que pueden resultar interesantes. Un buen periodista es, para mí, un periodista con buenas fuentes.
¿Cuál es el panorama actual de las editoriales que publican libros sobre periodismo (o no) escritos por periodistas?
En Valencia deberían escribirse más libros sobre periodismo, debería ser una apuesta de los medios de comunicación: aprovechar el caudal informativo que toman sus periodistas para recoger en un libro las claves de temas apasionantes e interesantes en los que la edición de un libro periodístico permite profundizar. Ahí destaco el trabajo de Joan Carles Girbés, el editor de Sembra Llibres, que ha apostado por libros de no ficción valientes para intentar explicar la realidad valenciana, como ha sucedido con Tierra de saqueo o Lluitant contra l’oblit. A nivel nacional también existen buenos ejemplos, como los libros sobre el 11-M que han escrito periodistas como Rosa María Artal o Pilar Urbano. O libros sobre política nacional reciente o histórica que publica La esfera de los libros. Y, personalmente, nunca dejo de seguir la pista de los libros que escriben buenos periodistas como Francesc Viadel, que ha diseccionado con precisión quirúrgica y una prosa brillante la historia del blaverismo, o Gregorio Morán que escribe libros periodísticos imprescindibles en cualquier biblioteca. Tampoco deben dejar de editarse los grandes clásicos como Ryszard Kapuściński o las crónicas periodísticas de Gabriel García Marquez, que son una pura delicia.
¿Cuál es el último libro sobre periodismo que has leído y que recomendarías?
El cura y los mandarines. Historia no oficial del bosque de los letrados de Gregorio Morán, publicado por la editorial Akal, que es una crónica cáustica e independiente de la historia cultural de este país, que fue censurado por la primera editorial que iba a publicarlo por las ácidas críticas que incluye y que es una delicia intelectual, como todo lo que escribe ese maestro de periodistas que para mí es Gregorio Morán.